El orden del amor en Miguel de Unamuno

El amor nos revela el mundo (Prólogo al libro de Ramón Turró, 1916)

1. Introducción

Cuando se han cumplido ciento cincuenta años del nacimiento de Miguel de Unamuno (29 de septiembre de 1864), la inmensa bibliografía sobre su obra puede llevar a pensar que ya está todo dicho sobre él.

Sin embargo, el lector de sus textos siempre encuentra algo por descubrir entre las más de 12. 000 páginas que componen sus escritos. Como Ortega, Unamuno fue un ensayista que trató una gran diversidad de temas. Pero además, Unamuno cultivó tantos géneros, que para comprender su visión del mundo y de la vida es preciso analizar no sólo sus ensayos y artículos, sino también a sus Discursos y Conferencias, sus relatos, novelas, cartas y manuscritos. Además, es imprescindible discernir los distintos debates en los que se incluyen muchas de sus más polémicas y conocidas frases.

Reconocido su talento como escritor y como intelectual, uno de los más significativos en la España en su tiempo, no siempre se le ha reconocido la importancia que a mi juicio merece como filósofo. Entre otros factores, suelen destacarse: su asistematicidad, sus contradicciones y su falta de lógica.

Me gustaría destacar la vinculación de estos aspectos con el fondo de su pensamiento. Su filosofía se vincula con la de aquellos que él mismo consideró ejemplos de “hombres de carne y hueso, ” hombres cargados de sabiduría: San Agustín, Pascal, Rousseau y Kierkegaard.

En todos ellos hay una atención preferente por la vida humana y el orden del amor. Como ellos, Unamuno quiso despertar la interioridad dormida y se propuso adentrarse en los enigmas y misterios que un positivismo reduccionista excluía por impensables. Se vio a sí mismo como un sentidor de los problemas últimos y relacionó su filosofía con la poesía. A mi juicio, la filosofía de Unamuno se vincula con el orden del amor de San Agustín y Pascal. Ese orden que, según Pascal, consiste en la “digresión sobre cada punto con relación al fin para mostrarlo siempre”. Don Miguel fue un espíritu complejo, en permanente movimiento1 y se vio a sí mismo, como un caballero de la palabra.

Para comprender su pensamiento es habitual destacar su atención al tema de la muerte y la búsqueda de la pervivencia en sus diversas formas. Sin duda, la reflexión sobre la muerte, lo que llamaba “el misterio de la Esfinge”, atraviesa su obra desde 1897, pero también resulta una clave esencial, “su anhelo” de una vida más plena. De ahí el papel central que asignó al amor en sus múltiples formas: al amor a la vida, el amor de Dios, al amor al ideal, a la justicia, a la solidaridad y a la tolerancia. Algunas de sus cartas, nos revelan esta convicción:

La vida nos desborda, y porque nos desborda la queremos inacabable. Lo que hay que inocular a los hombres es la fe en otra vida personal. Es tanto lo que amo a la vida que el perderla me parece el peor de los males. Los que gozan al día, sin cuidarse de si han de perderla o no del todo, es que no la quieren. (Carta a 7-XII, 1902 a P. Jiménez Ilundáin)

Quisiera destacar el progresivo énfasis de Unamuno en el orden del amor, en paralelo a su distinción de la intelectualidad y la espiritualidad. Atenderé a los primeros años de 1900 y a diversos escritos que han permanecido inéditos más de cien años. Cuando Unamuno indicó que la biografía de los filósofos ilumina su pensamiento, quizá pensaba en sí mismo y en los profundos cambios que experimentó su espíritu en movimiento.

2. Evolución de Unamuno

El joven Unamuno fue racionalista y positivista y admirador de Hegel y Spencer. Como es sabido la crisis espiritual sufrida en 1897 marcó un antes y un después. A partir de entonces, cada vez se interesó más por las cuestiones religiosas: pensaba que mientras la verdad evangélica no se hiciera “espíritu de nuestro espíritu y sustancia de nuestra alma”, no habría verdadera paz.2

Escribió unas Meditaciones Evangélicas3 que incluía tres escritos, en la primera serie: El mal del siglo, Jesús y la samaritana y Nicodemo el Fariseo, destacando el fondo común cristiano a todas las Iglesias. Sólo publicó la segunda: Nicodemo el fariseo, su Discurso en el Ateneo de Madrid, donde confesó su interés por recuperar su fe de la infancia y la pureza de la intención, la bondad como fuente de clarividencia espiritual.

Antes, en la primera de ellas, El mal del siglo (1899), inédita durante 100 años, se había confrontado con el malestar que generó la crisis intelectual de fines del XIX. Ahí expresó la tensión entre el polo ilustrado y el romántico; la fatiga del racionalismo y del intelectualismo de fines de siglo. Constataba “la tristeza de los espíritus cultos” y las idolatrías de ese tiempo, entre otras, el culto al progreso y el esteticismo, la belleza por la belleza.

Con un lenguaje poético, rico en imágenes y metáforas, asociará el intelectualismo con el desierto, la fe ciega en el progreso y en la ciencia con el engaño, la embriaguez y el espejismo. Ahora para Unamuno, ni el progreso de la ciencia, ni la evocación de la belleza, un nuevo paganismo, son consuelos reales. Los nihilismos, confrontados con la posibilidad de que todo sea pasajero, no responden a la pregunta: ¿para qué todo?4 Sin embargo, Unamuno confía que surja una nueva esperanza y el triste ocaso se convierta en prometedora aurora. Aunque la razón parece haberse hecho atea, piensa que el corazón sigue siendo cristiano.

En la segunda de sus Meditaciones Evangélicas: Jesús y la samaritana, observa Unamuno que somos samaritanos espirituales que “vamos a sacar agua del pozo de la ciencia y del estudio”. Constata que en realidad son pobres consuelos,5 pues la ciencia humana da más sed, cuanto más se bebe de ella. Se pregunta si no hay más medio de relacionarnos con la realidad que la razón y piensa que el principio de creer es querer creer, como insistirá en otros muchos escritos.

Durante los años siguientes, el intelectual Unamuno criticará no sólo al intelectualismo y al positivismo reduccionista vigente, sino también al cientificismo que escribe la palabra ciencia con mayúsculas. En su novela: Amor y Pedagogía presenta una parodia de una educación que concibe al ser humano como una máquina y olvida el orden del amor. En esos momentos, Spencer, le resulta plano y “mecánico”, y frente a Hegel y su aforismo: “todo lo racional es real”, pensará, con Pascal, que la razón construye sobre irracionalidades.6 Así, conforme se distancie de los positivistas y los cientificistas, más intensamente defenderá los derechos de una imaginación creadora de sentido.

3. Su misión: un predicador laico que desasosiega

Don Miguel se propuso despertar la interioridad dormida y revitalizar la espiritualidad, para lograr una vida más plena. Escribía ensayos, relatos y poemas. De muy diferentes modos insistía en la necesidad de preguntarse por la finalidad de las cosas y en buscar el sentido a la existencia humana, que ni la ciencia ni el progreso pueden colmar.

No renegaba de la ciencia, sino del cientificismo.7 La famosa frase: ¡Que inventen ellos!, se incluía en un diálogo entre dos personajes que quieren entrar al templo de la sabiduría (El Pórtico del templo).8 Ahí distinguía varias puertas para acceder a la sabiduría: la ciencia, la filosofía y la religión.

En realidad, era difícil que renegara de la ciencia quien tantos años fue Rector de la Universidad de Salamanca. En su escrito De la Enseñanza Superior en España define la misión de la Universidad: enseñar el heroísmo del trabajo y el culto a la verdad. De ese modo se estimula la creación de ideales y la potencia de idealizar.9 Consideraba que si en España no prosperaban los descubrimientos científicos y si los jóvenes carecían de vocación para la ciencia era, porque no se había sabido mostrarles cuál es la finalidad de ésta, y porque no se ha sabido hacer llegarles llegar la filosofía. Apenas hay quien se ocupe en crearse una concepción del universo y se acepta la fórmula muerta. Considera preciso apuntar a lo alto y mirar adentro. Denuncia como un mal de nuestra cultura la falta de una filosofía que permita encontrar un motivo para vivir. Sólo una finalidad trascendente es ideal: “sin ideal no hay vida verdaderamente humana, ni para el individuo ni para el pueblo. Sin una finalidad el pueblo nunca será patria”, observa en este escrito sobre la enseñanza.

Convicciones similares se expresan en sus Tres ensayos (1900), (Ideocracia, ¡Adentro!, La fe), donde también critica el intelectualismo. Distingue dos salidas en la ciencia: una que va a la acción práctica, material, a construir la civilización que nos facilita la vida; otra que sube a la acción teórica, espiritual, a hacernos la cultura que nos llena y que fomenta la vida interior.

Durante esos años ampliará sus estudios religiosos y leerá a los autores protestantes de lengua francesa (Reville, Sabatier), en los que encontraba: “un hondo sentido religioso, junto con un profundo sentido científico”.10 También comienza a leer a Kierkegaard y quiere recuperar “la fe como pasión”. Varias notas inéditas recogen el nombre de Kierkegaard y nos precisan lo que entonces descubre con él. En una nota apunta: “Brillar, brillar, brillar… y apagarse al cabo”; “Sé que todo lo que sé, de nada me sirve, ” y subraya: “conocimiento esencial de Kierkegaard” .11 La oposición es reveladora: necesita consuelo, lo esencial y lo eterno, pues ama la vida y no se resigna a perderla. Como Kierkegaard, defenderá la verdad como veracidad, como autenticidad.

En 1902, se propone escribir una obra sobre ciencia y religión. Advierte que por debajo del instinto de conservación, padre de lo económico, palpita el instinto de perpetuación, padre de lo religioso, que nos tener infinitud, de eternidad (Carta Zulueta, 29 mayo 1904). En la primavera de 1903, un año repleto de dificultades, comenzará una serie de ensayos dedicados a la juventud espiritual hispana, que titulará Mi confesión.12 Ahí incluyó sus reflexiones sobre el anhelo de pervivencia que retomará en el Tratado del amor de Dios y en Del sentimiento trágico de la vida. Como Pascal, Unamuno no comprende la insensibilidad ante la perspectiva de la muerte y de que todo sea pasajero. También aparecerán ideas centrales que desarrollará en escritos de años sucesivos: la vida y la ciencia, las exigencias de plenitud de la vida, y la figura del Quijote, ejemplo de una vida consagrada a la conquista del ideal.13

Durante esos años, el ánimo de Don Miguel, a pesar de las dificultades es de una gran alegría, según comunica a sus amigos:

… nunca he tenido ni mejor salud ni mejor humor y ánimo. ¡Estoy contento, muy contento, lleno de vida, y por dentro muy alegre! … No comprendo que pueda llevarse la vida con alegría no queriendo ver más allá de ella. ¿Por qué no intenta abrirle puertas a la esperanza? (Carta a Jiménez Ilundáin, 8 de febrero de 1904)

Muchos de los escritos de ese periodo tratan de abrir puertas a la esperanza y en esa labor “se siente casi solo”, pues la gente se sorprende de un “Caballero andante de la palabra que anda preocupado con cosas íntimas14”. Este es su estado de ánimo cuando compone un breve ensayo: Intelectualidad y espiritualidad15 que otorga una especial luz a su complejo pensamiento. Escrito el año que cumplirá los 40 años, una época de plena madurez, reflexiona sobre la dimensión corporal, intelectual y espiritual del ser humano y su significación.

A la luz de la primera epístola de San Pablo a los Corintios, Unamuno distingue tres tipos de personas: los carnales, los intelectuales y los espirituales. Sus reflexiones recuerdan al fragmento sobre los tres órdenes de los Pensamientos de Pascal. Observa Don Miguel que los carnales son los brutos, los absolutamente incultos y que se ven reducidos a una vida casi animal. Los intelectuales o psíquicos^[16] son los hombres de sentido común y de lógica, que encadenan las ideas por las asociaciones que el mundo exterior y visible les sugiere, y que se presentan como hombres razonables que aprenden su oficio y lo ejercen. De ellos se dice que tienen “un juicio recto y un criterio claro” y que no creen “en supercherías que no estén consagradas por la tradición y el hábito… ”.16 Los intelectuales se interesan por temas de cultura y de ciencia, admiran el teléfono y se quedan extasiados al paso de la locomotora. Enseñan conocimientos que tienen almacenados en su intelecto, pero su ciencia, hasta en sus más elevadas hipótesis, es una doctrina fría.

Por último, observa Don Miguel, están los espirituales: los soñadores, a los que se llama con desdén místicos, palabra que se escupe como un insulto, los que creen que hay otro mundo dentro del nuestro y dormidas potencias misteriosas en el seno de nuestro espíritu. Los que discurren con el corazón… 17. Los más grandes poetas18 que enseñan su propia alma, han sido espirituales y no intelectuales19. Los intelectuales llaman locura a lo que no pueden entender, pero en realidad hay cosas que no entienden porque deben ser juzgadas espiritualmente y no intelectualmente.20 Don Miguel se pregunta: ¿con qué derecho juzgan de cosas de espíritu los que lo tienen enterrado bajo el intelecto? Su respuesta se expresa en clave poética y concluye que “no cabe lucha entre un pez que no sale de las honduras del mar y un ave que no baja de las alturas del cielo”.21

Sin renunciar a su papel intelectual, muchos de los escritos de esos años, se dedican a distinguir el plano intelectual del espiritual. El orden del amor será su tema durante varios años en los que toma notas para escribir un Tratado del amor de Dios. En este proyecto se refugia al poco de terminar en 1905 su Vida de Don Quijote. Entonces confiesa que se siente cada vez más teísta y menos positivista, y reconoce en él un estado de animación, plenitud y de esperanza.

Anticipaba la hostilidad con la que sería recibido por parte de distintos sectores: de un lado, los intelectualistas y los cientificistas que no soportaban que se hablara del otro mundo; por otro lado, los seguidores de Epicuro, el “capitán de almas vacías”, que creen posible la dicha aunque todo sea pasajero (Carta a Federico Onís, 15 de febrero de 1906).

Cuando en mayo 1906, su amigo Luis de Zulueta le insta a que no se desinterese de las cosas de los hombres, Unamuno le replica: me siento solidario con los demás. Sólo es eficaz la unión con aquel que busca a otro para darle lo que le sobra, no la de aquel que le busca para pedirle lo que le falta. Quiere profundizar en el amor de Dios para poder irradiar, pues la falta de solidaridad surge cuando la individualidad es pobre en espiritualidad.

Como Pascal que exclamaba: “¡Qué gran distancia entre conocer a Dios y amarle! ”, Unamuno también quiere distinguir la idea o concepto de Dios, del Dios que consuela y salva. Trabajaba en la estructura su Tratado y en un borrador, inédito hasta hace poco,22 incluyó 18 capítulos, y apunta el esquema y las ideas centrales de la obra.

En el primer capítulo, de tono agustiniano y pascaliano, y que se mantendrá en la versión final del Tratado distingue el amor de Dios del conocimiento de Dios, e insiste en que hay amar para conocer, y conocer para amar. (Parte de este capítulo pasará al capítulo 8 Del sentimiento trágico de la vida: cap. 8 (“De Dios a Dios”).

El segundo capítulo ahondaría en la pregunta ¿qué es el amor? Advierte que el que se conoce por dentro, sustancialmente, se compadece. Como en Del sentimiento trágico de la vida entiende que amor es compadecer. Unamuno es en este punto deudor de Rousseau y Schopenhauer, y sobre todo de sus propias experiencias. De ahí avanzaría en el 3º y 4º capítulos: Dios como objeto del amor, Dios del amor que personaliza cuanto ama. Los siguientes capítulos estarían dedicados a la fe en Dios (cap. 6), la esperanza en Dios (cap. 7), la caridad en Dios (cap. 8), la verdad en Dios, fundamento de la ciencia, la relación ciencia y religión (cap. 9). De estos principios deriva una ética y una estética (Dios es lo eterno, lo permanente de las cosas).

Terminaría la obra abordando el Cristianismo depurado o lo profundo del cristianismo, lo pasajero y lo permanente del cristianismo (cap. 14), el reino de Dios y el sobrehombre cristiano (cap. 16) y como capítulo final el reinado social de Jesús (cap. 17). Los mismos enunciados recogen temas ya planteados en sus Meditaciones Evangélicas. De algún modo, seguía el orden del amor que Pascal describía como “la digresión sobre cada punto con relación al fin para mostrarlo siempre”.

En una de las notas inéditas del Tratado del amor de Dios23, distingue dos vías: una, la iluminativa: consiste en amar a Dios a través de las criaturas, así se aprende a amarle. La otra, es la vía unitiva: consiste en amar a todo, en amar a las criaturas, a través de Dios. Exclama: “¡Dios mío, por todos los caminos te encuentro! ”. Considera que amar a Dios implica trabajar por la restauración de su reino, reino de la justicia y misericordia, y que su alma no podrá ser libre, “mientras haya algo esclavo en el mundo”. La caridad da esperanza, y la esperanza da fe. Si de joven, al pensar sobre las pruebas racionales de la existencia de Dios, Unamuno anotaba: “ lo que sin él no se explica lógicamente, tampoco con él se explica mecánicamente; ahora añade: pero ”lo que sin él no se siente, se siente con él“,24 y cree que el amor es la mejor prueba de su existencia. Confiesa: en un hermoso crepúsculo se siente a Dios, la unidad y comunión viva de todo lo que nos rodea… Nos envuelve el aire y el mira… ” ,25 lo que revela su afinidad con Rousseau y la prueba del sentimiento interior .

Con el paso de los años, el Tratado evolucionará en consonancia con su estado de ánimo y su búsqueda de la fe.26 Constata que, mal que le pese, no consigue creer como quisiera.27 Revela a Ortega que está rehaciendo el Tratado y un año después, aunque sigue conservando el título, añade que ha realizado tales cambios que no se reconoce en la obra inicial.

El Tratado del amor de Dios quedará inédito28: la obra final no respondía a su estado de ánimo inicial. Fue sustituida por Del sentimiento trágico de la vida y el cambio de título resulta revelador. Sin embargo, Unamuno mantuvo varios capítulos que resultan centrales en las dos obras y que están dedicados al anhelo de pervivencia, al amor de Dios, y a la compasión como fundamento de la moral. Se comprueba el amor, eje del Tratado, del que deriva la ética y la estética, se mantiene en el Del sentimiento trágico de la vida, aunque ahora confrontado con la disolución racional y con el fondo del abismo, la lucha entre el sentimiento y la razón29 . En todo caso, insistirá en que la ciencia y la razón en cuanto sustitutivas de la religión y la fe, han fracasado. La ciencia podrá satisfacer nuestras necesidades mentales y lógicas, pero no nuestras necesidades afectivas y volitivas, nuestra hambre de inmortalidad.

También mantendrá su filosofía moral y se identificará con Sénancour: “Obra como si el universo tuviese un fin y contribuirás a la existencia de un fin”30 . Unamuno se mantiene en una ética solidaria que fundamenta en el amor- compasión y el sentido de la justicia. El ser mortal es un ser indigente que, desde el sentimiento de su propia contingencia, se siente vinculado con los otros y concernido en su destino, para hacer un mundo más humano.

32. Reflexiones finales: el “pathos” de Pascal y Unamuno31

Para terminar me gustaría aludir a aquellos aspectos que Unamuno comparte con Pascal, a quien califica como un espíritu profundísimo y el pensador francés que mejor puede apropiarse un español (Sobre la europeización, 1906).

Ni Unamuno ni Pascal querían que de ellos se dijese que hablaban como un libro; querían que sus escritos hablaran como hombres, de carne y hueso. No se adscriben a escuelas o sistemas, y su insistencia en determinados temas esenciales es lo que otorga unidad a su pensamiento, difícil de clasificar. Quisieron ser dueños y no esclavos de la ciencia. Son dos pensadores sapienciales ,32 dos clásicos de profundis, que sugieren más que adoctrinan.

Don Miguel quiso creer en lo que esperaba y dialogar con incrédulos y creyentes. A todos sus interlocutores, cientificistas e indiferentes, dogmáticos y estetas, fariseos y ateos fanáticos, buscaba inquietar y despertar del sueño de la inconsciencia, su forma particular de ejercer misericordia. Pascal y Unamuno, polémicos y apasionados, profundizan en la experiencia del sufrimiento y ponen vinagre a las heridas, pues saben que al igual que el dolor físico nos hace sentir el cuerpo, el dolor espiritual permite despertar el alma. Piensan sintiendo y sienten pensando;33 piensan al límite del propio pensamiento, en el abismo. Sus dudas son vitales y viven el drama de su momento histórico, el drama de la modernidad, naciente o final, a modo de crisis personal.

Ambos distinguieron tres órdenes de realidad distintos: los cuerpos, los espíritus y la caridad. Sabían que al igual que hay quien no puede admirar más que las grandezas materiales, otros no admiran más que las intelectuales, como si nos las hubiera infinitamente más elevadas en sabiduría. A los tres órdenes de realidad corresponden las tres facetas de la condición humana: el cuerpo (nivel sensible), la inteligencia (nivel inteligible) y el corazón (nivel sapiencial). Como Pascal, Unamuno mantuvo el principio de inconmensurabilidad y discontinuidad de los distintos órdenes de las cosas: hay una enorme distancia entre la devoción, sólo atenta a preceptos y ritos, y la auténtica bondad gratuita. Es la distancia entre el cumplimiento de la ley y la caridad, la verdad más plena,34 el heroísmo y la santidad, que no es más que una especie de locura para los que están en un orden de realidad distinto. Y a aquellos que calificaban a Unamuno de soñador, de místico les repetía las palabras del espiritual Hamlet al intelectual Horacio: “Hay en los cielos y en la tierra, Horacio, más que lo que sueña tu filosofía”. Hamlet, acto I, escena V) .35 En tiempos desquiciados, Don Miguel, convencido de que el amor revela el mundo, no dejó de clamar en el desierto, con la esperanza de que “el desierto oyera y algún día se convirtiera en selva sonora”.36

Este texto fue presentado en la mesa redonda sobre Miguel de Unamuno, con motivo de los 150 años de su nacimiento, en el Congreso europeo de la COMIUCAP, La filosofía y el futuro de la formación humana en Europa, celebrado en Madrid 17-19 de diciembre 2014. El trabajo se vincula con el Proyecto de I+D del Plan Nacional de Investigación sobre “Los fundamentos filosóficos de la idea de solidaridad: amor, amistad y generosidad”, del Ministerio de Economía y Competitividad.


  1. Carta de Miguel de Unamuno a Bernardo González de Candamo de 5 de marzo de 1902. ↩︎

  2. Carta a P. Jiménez Ilundáin de 25 de marzo de 1898, p. 111. Cfr. Laureano Robles, El mal del siglo (Texto inédito de Unamuno), en “Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno”, Universidad de Salamanca, 34, 1999, p. 111. ↩︎

  3. Miguel de Unamuno, Meditaciones Evangélicas, edición de Paolo Tanganelli, Diputación de Salamanca, Salamanca, 2006. Véase el interesante estudio introductorio de Paolo Tanganelli. ↩︎

  4. Don Miguel recordará que se ha querido culpar a la ciencia y se le ha reprochado su bancarrota (Brunnetière); pero en ese momento considera que el fracaso es del intelectualismo más que de la “pobre e inocente ciencia”. Observa que “quisimos ser dioses por la ciencia del bien y del mal, y esta ciencia, que nos ha llevado al trabajo y la muerte, nos ha mostrado nuestra desnudez, de la que nos avergonzamos ante Dios”. Miguel de Unamuno, “El mal del siglo” (1897), edición de Laureano Robles, escrito incluido en “Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno”, (1999), Universidad de Salamanca, nº 34, pp. 125-126. ↩︎

  5. Miguel de Unamuno, Meditaciones evangélicas, Reconoce que los que buscan hacer de la verdad consuelo, se preguntan: “¿y si acaso el consuelo fuera verdad? En momentos de vacilación, se lamentan: ¡Ah, si pudiese creer!”, p. 107 . ↩︎

  6. La misma postura que desarrollará en Del sentimiento trágico de la vida, en los hombres y en los pueblos, (1986), cap. 1, O.C., VII, p. 174. ↩︎

  7. Cfr. Alicia Villar Ezcurra, La crítica de Unamuno al cientificismo, Revista “Pensamiento”, serie especial nº 6 (2013), vol. 69, núm. 261, pp. 1035-1048. ↩︎

  8. Miguel de Unamuno, El Pórtico del templo (junio, 1906), OC, vol. III, Escelicer, Madrid, pp. 340-344. ↩︎

  9. Miguel de Unamuno, De la enseñanza superior en España (1899).“.. Y si esos jóvenes carecen de fe y de vocación para la ciencia, es, ante todo Y sobre todo, porque no se ha sabido mostrarles cuál es el paraíso a que la ciencia lleva, cuál es la finalidad de ésta porque no se ha sabido darles filosofía. Nadie atraviesa con fe y resolución el desierto si no se le ha dado antes una visión de la tierra de promisión. Por mi parte me permito dudarlo. Creo, por el contrario, que cuando uno de los llamados especialistas hace de veras progresar la ciencia, es por ser un enciclopedista de lo especial, un filósofo que ve el universo todo en una gota de agua. Porque la verdad es que el mal mayor de que nuestra cultura adolece es de falta de base general, de filosofía.” (OC, Vol. I, pp. 733-775, apartado 4). En 1900, el año que es nombrado Rector de la Universidad de Salamanca, en su Discurso de apertura de curso también reivindica la sed de verdad y el saber para la vida. Entiende que la enseñanza de la Universidad se orienta tanto a ganar la vida, cuanto a vivirla, a vivir por la ciencia y en ella. Por ello, recuerda que el cimiento de la ciencia es la búsqueda de la verdad por la verdad misma: es lo que lleva a la acción más fecunda y no el soporte de la que tenemos establecida. ↩︎

  10. Carta a B. González de Candamo de octubre de 1900. ↩︎

  11. Notas al “Tratado del amor de Dios”, Archivo de la Casa Museo Unamuno en Salamanca, en adelante: CMU, 68/15, página 159. ↩︎

  12. Miguel de Unamuno, Mi confesión, edición de Alicia Villar, Sigueme, Salamanca, 2011. Véase el estudio introductorio para un detalle de la vida de Unamuno durante esos años. ↩︎

  13. Veía la bondad en su Don Quijote como la raíz de su ansia de vivir en siglos venideros. Unamuno considera que la bondad no teme al infinito, ni a lo eterno, y sabe que no es posible la realización del Bien en el proceso de la especie. . ↩︎

  14. “En esta labor me encuentro casi solo. Las gentes se sorprenden de un caballero andante de la palabra que anda preocupado con cosas íntimas y ultratumberías cuando es tan cómodo delegar en el cura para que piense por nosotros, o no preocuparse en tales cosas de religión, que embarazan dicen, para ganarse la vida. Este pobre pueblo no ha sabido crearse riqueza sino que fue a robar oro a América, y así en vez de crearse su fe sobre el Evangelio, pretende conquistar por fuerza, el dogma ya hecho, que le exima de tener que pensar, o recibirlo de limosna. O soldados, o mendigos”, Carta de Miguel de Unamuno a Alberto Nin, agosto, 1904, Epistolario americano, edición de Laureano Robles, Ediciones Universidad de Salamanca, 1996, pp. 189-190. ↩︎

  15. Miguel de Unamuno, Intelectualidad y espiritualidad, marzo, 1904, OC, vol. I, pp. 1137-1148. ↩︎

  16. Intelectualidad y espiritualidad, o.c., p. 1143 . ↩︎

  17. Ibidem↩︎

  18. En Del sentimiento trágico de la vida de los hombres y de los pueblos, también aproximará la filosofía a la poesía más que a la ciencia (cap. 1). ↩︎

  19. En el problema religioso ve Unamuno la principal piedra de toque para distinguir a los intelectuales de los espirituales. El intelectual es el hombre del término medio, que navega por la corriente central, a igual distancia de la enorme masa de la carnalidad y de la escasa porción de la espiritualidad consciente. La otra, dice Unamuno, la espiritualidad inconsciente y potencial dormita en todos, y puede que sea más vivaz en los carnales que en los intelectuales. . ↩︎

  20. En este ámbito, encuentra divididos a los intelectuales en dos grandes grupos, el de los creyentes y el de los incrédulos. En España, constata con pesar que luchan en el mismo plano de la intelectualidad, tanto los intelectuales católicos como los intelectuales no católicos, que además de hecho resultan anticatólicos. Unos buscan pruebas lógicas y otros rebaten estas pruebas y por ello califican de bruto o de loco a aquél que les dirige la voz desde abajo, desde el suelo de la carnalidad, o bien desde arriba, desde el suelo de la espiritualidad. ↩︎

  21. Intelectualidad y espiritualidad, O.C., I, p. 1146. ↩︎

  22. El Plan de la obra se ha incluido, también en su reproducción facsimilar, en la edición de Paolo Tanganelli de las Meditaciones Evangélicas de Miguel de Unamuno. ↩︎

  23. Archivos de la Casa Museo Unamuno (CMU): 68/15, p. 15. ↩︎

  24. CMU 68/15, p. 46. ↩︎

  25. CMU 68/15, p. 16. ↩︎

  26. La versión final del Tratado, sólo desarrollará 9 capítulos, frente a los 18 inicialmente relacionados (1. ¿A Dios por el amor o por el conocimiento?. 2. ¿Qué es el amor?. 3. ¿Qué es la fe? 4. ¿Qué es la verdad? 5. El misterio de la mortalidad. 6. ¿Qué es la caridad? 7. Vida en Dios. 8. La religión. 9 El cristianismo. ↩︎

  27. Aún con todo, sigue pensando), que la verdad es creer de todo corazón y con toda el alma, es obrar conforme a ello. (Verdad y vida, de febrero de 1908). ↩︎

  28. Nelson Orringer editó el Tratado del amor de Dios el año 2005, en la editorial Tecnos, Madrid. ↩︎

  29. El nuevo título de la obra, suponía ya un desplazamiento del centro de gravedad de la obra: su conflicto trágico entre la experiencia de caducidad y su ansia de inmortalidad. Cfr. Pedro Cerezo, Unamuno y las máscaras de lo trágico, Trotta, Madrid, p. 375. ↩︎

  30. En una carta a Luis de Zulueta, de 27-XI-1903, se recoge ya la referencia a Sénancour (Miguel de Unamuno, Epistolario inédito, I, edición de Laureano Robles, Espasa Calpe, Austral, Madrid p. 46). ↩︎

  31. Para un desarrollo de la relación del pensamiento de Unamuno con el de Pascal, véase Alicia Villar, Unamuno, lector de Pascal, “Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno”, Salamanca, 2009. ↩︎

  32. Cfr. Miguel de Unamuno, El secreto de la vida,1906..“…Y esto es porque hoy, como nunca, me duele el misterio .Tú sabes que llevamos todo el misterio en el alma, y que le llevarnos como un terrible y precioso tumor, de donde brota nuestra vida y del cual brotará también nuestra muerte. Por él vivimos y sin él nos moriríamos espiritualmente; pero también moriremos por él, y sin él nunca habríamos vivido. Es nuestra pena y nuestro consuelo… Hay libros de ciencia que, aun conteniendo principios nuevos, nuevas verdades, leyes que descubrió su autor, decimos todos que envejecerán en cuanto esas verdades, leyes y principios se incorporen a la ciencia y entren en su caudal y aparezcan expuestos en los manuales didácticos en que es expuesta. Un libro de ciencia puede aportar mucho caudal nuevo a ella y ser, sin embargo, perfectamente impersonal. Pero hay otras obras también de exposición científica, y no más que de exposición científica, en las que, aparte de la novedad y verdad de los principios en ellas revelados, hay en su trama, en su tono, en el espíritu oculto que las anima, un quid mirificum, un algo misterioso que las hace duraderas y fuente de enseñanzas hasta cuando los principios en ellas expuestos son del común dominio o han sido acaso rectificados, o rechazados tal vez. Y estas obras de ciencia inmortales, inmortales porque su vida no depende de la vida de la ciencia a que sirvieron, son obras que proceden de secreto de vida, tienen su raíz en algún misterio de tribulación”. (OC, III, p. 353). ↩︎

  33. Cfr. el Credo Poético de Unamuno, de 1907: “ Piensa el sentimiento, siente el pensamiento…”. ↩︎

  34. “Se hace un ídolo de la misma verdad, pero la verdad fuera de la caridad no es Dios y es su imagen un ídolo al que no hay que adorar, y menos a su contrario que es la mentira” (Pensamientos, L. 926, B. 582). ↩︎

  35. Esta frase encabeza su escrito Intelectualidad y espiritualidad, O.C. I., p. 1137 y se encuentra también en Mi confesión, p. 34. ↩︎

  36. Cfr. la conclusión Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos↩︎